lunes, 22 de noviembre de 2021

La casa Mijangos


 

El domingo 23 de abril de 1989, los queretanos se fueron a la cama como cualquier otro día en la tranquila ciudad de Querétaro, sin imaginar que los hechos que ocurrirían durante la madrugada, marcarían la historia del estado de Querétaro para siempre.
Esa noche, Alfredo había ido a dejar a sus hijos a la casa de su exesposa Claudia, pues habían pasado la tarde en la kermés de la escuela.
Muchos relatos dicen que los hechos comenzaron alrededor de las 3 de la mañana y que se extendieron por una hora aproximadamente.


Fue Alfredo, de seis años, el primero en ser atacado por su madre con un cuchillo, apuñalándolo en varias ocasiones para después cercenarle la muñeca hasta que logró amputarle una mano.


Según el análisis, se presume que fueron los gritos del menor, los que despertaron a sus hermanas, quienes dormían en otra habitación. Y sería Claudia María, de 11 años, quien habría intentado defender a su hermano de los ataques de su madre, lo que la convirtió en la siguiente víctima.
Muchos medios aseguran que una vecina refirió que escuchó los gritos de la niña que decía “a mí no, mamá”; sin embargo, de acuerdo con el informe pericial, una vecina declaró ante el Ministerio Público, que alrededor de las 5 de la mañana había escuchado gritos, pero no le dio importancia.
Se cree que Claudia María trató de huir de su madre, por lo que ésta la persiguió por la casa y la apuñaló en diversas ocasiones, por lo que sería en este momento cuando la escaleras y el piso inferior se llenaron de sangre. 


La última en morir habría sido Ana Belén, de 9 años, quien se había quedado en su cama, incapaz de moverse del miedo que le ocasionó escuchar a sus hermanos gritar.
Después de haberlos asesinado, Claudia arrastró los cuerpos hasta su cama, en la habitación principal, y se habría herido a ella misma, cortando sus muñecas, tratando de suicidarse; sin embargo, éstas fueron superficiales y no pusieron en riesgo su vida. 


Cuando la policía llegó, habría encontrado a Claudia recostada junto a los cuerpos de sus hijos, con el cuchillo en la mano, aunque estaba en estado de shock y apenas consciente. Se estima que fueron más de ocho litros de sangre los que se encontraron esparcidos por la casa. 


Mijangos fue interrogada y no recordaba lo ocurrido, parecía desconocer el destino final de sus hijos. Según el interrogatorio, deliraba diciendo que sus hijos dormían y ella debía preparar el desayuno, luego cambiaba la angustia por tener que ir por ellos al colegio.
Después de los asesinatos, la casa quedó completamente abandonada, se dice que fue utilizada para ritos satánicos y servía como refugio para los pandilleros; fue entonces cuando el gobierno decidió bardearla para dejarla sin acceso a vecinos y visitantes.